viernes, 21 de enero de 2011

Una tarde de esas

Sí, una de esas tardes sin réloj, sin horas, sin tiempo.
Una de esas tardes mágicas, sentados y riendo hasta no poder más. Pegarnos y abrazarnos casi a la vez sin saber porqué, reirnos del otro y con el otro simultáneamente, acabar agotados de luchar y de hacer el bruto, para después refugiarnos en caricias, ser enemigos y mejores amigos al mismo tiempo.

No poder dejar escapar la risa cuando más serio te quieres poner o simplemente poner caras maléficas realmente sobrecogedoras.

Una tarde de esas de hablar con miradas, de comernos con los ojos, una de esas tardes de susurros al oído, de contar las historias más estúpidas jamás contadas, de pasar el tiempo y de hacerlo nuestro. De no dejar de hablar ni un segundo o de estar en completo silencio durante minutos.

Una tarde de esas de atreverse, de osar o de desafiar. Jugar, apostar, cantar o escribir en los cristales.

Una tarde de esas de hacer algo o de no hacer nada.

Cogernos de la mano, pasear, pensar y soñar. Una tarde a tres centímetros. Una tarde de cosquillas, de competir, de provocar.

Una tarde desvelando secretos y hablando de sueños. Conocernos, odiarnos y apreciarnos.

Deseo una tarde de esas, una tarde de deseos.


—¿Qué pasa si viene un coche?
—Te mueres.
—¿Qué?
—Sólo relájate